Hoy quiero contarte una anécdota de mi infancia que recordé hace muy poco y que me ha revelado mucho acerca de mi personalidad y de cómo me he manejado a lo largo de mi vida. Y lo hago con la intención de que tu también revises tus historias, porque en ellas se esconden muchas claves de tu personalidad y de tu forma de ver el mundo. Decodificar estas historias te puede dar muchísima libertad.
Resulta que un día, cuando tenía seis años y estaba en primer grado del colegio, me robé un borrador, una clipsadora y unas tizas de mi maestra preferida, Mrs. Castro. No estoy muy segura por qué lo hice pero posiblemente quería esos artículos para jugar a la maestra con mis amigas o mis muñecas.
El punto es que mi mamá, al revisar esa tarde mi maleta para hacer conmigo las tareas, se percató de mi hurto y puso el grito en el cielo. No sé cuántas mentiras dije para tratar de tapar mi gran ‘pecado’, pero el punto es que al día siguiente me llevaron al colegio con todos los artículos robados para resolver el tema con la maestra y con las otras niñas que impliqué en mi gran delito.
Recuerdo con claridad la cara de mis maestras, la principal del colegio, las otras niñas y la de mis padres. Todos me miraban con ojos acusatorios, incrédulos y llenos de vergüenza.
Finalmente confesé mi crimen y me quedé a la espera de mi sentencia, la cual fue -a mi parecer- demasiado dura para una niña de seis años.
En ese momento me convertí, en mi mente, en una niña mala, en una criminal, una delincuente, que defraudó la confianza de sus padres, sus maestras y hasta de la principal del colegio.
¡Pero no podía quedarme con esa reputación! Por eso, desde ese momento, me esforcé el doble por convertirme en una niña buena: obediente, sacrificada, armoniosa, inteligente y perfecta. Procuraba sacar las mejores notas, ayudar en todo tanto en la casa como en el colegio, destacarme en las actividades extra curriculares, y ser la preferida de mis profesoras. Tenía que demostrar que no era ‘tan mala’ como mis acciones habían evidenciado.
No obstante, inconscientemente, por más que pasaron los años, por más que trataba de resarcir mi delito con actitudes de niña buena, la auto percepción de niña mala quedó clavada en mi. Por muchos años sentí que no era digna de amor, aceptación o validación. Cada vez que cometía un error o que hacía algo que a los demás le disgustaba, me repetía lo mismo: ”es que soy mala, soy una persona mala”. Hoy me doy cuenta que la raíz de toda esa auto percepción equivocada estaba anclada en aquel incidente de primer grado.
Haber decodificado esta historia viéndome ahora con amor, compasión y aceptación, me ayuda a ver cómo esto afectó mi vida y cómo ahora estoy en posición de cambiar ese discurso resignificando esa historia. Puedo ahora, desde la adulta, disculpar a la niña, entender por qué lo hizo, perdonarla con amor y decirle que no es la gran cosa, que la sigo amando INCONDICIONALMENTE. Ahora puedo darme lo que no recibí en ese momento: perdón y aceptación.
Nuestras historias y anécdotas son el mapa de ruta a nuestro auto conocimiento. Vernos en ellas, con los personajes, las circunstancias y las reacciones, nos permite entendernos mejor para amarnos más, y darnos lo que necesitamos para escribir los capítulos de nuestro futuro.
Si quieres conectar con tu historia y así conocerte más, échala un vistazo a ESTO, y me cuentas.