Recientemente compartí algo en mi Instagram que despertó muchos comentarios y reacciones, y quiero ampliarlo brevemente por acá. Se trata de las etiquetas que los adultos de nuestra vida nos pusieron en nuestra infancia y que hoy se han convertido en pensamientos limitantes que no nos dejan CREAR la vida que queremos. Estas etiquetas no son necesariamente ‘malas’; en ocasiones los halagos y adjetivos positivos que recibimos en nuestra niñez nos limitan o encajan en roles o comportamientos que nos ahogan y no nos dejan crear en libertad.

Te voy a echar un cuentito para explicarte cómo me marcaron a mi estas etiquetas.

Cuando estaba en primer grado, con seis años de edad, me gané el premio al liderazgo de mi clase. Mis padres estaban orgullosísimos y me lo celebraron con bombos y platillos. Recuerdo que enmarcaron aquel certificado y lo colocaron en la pared que quedaba justo frente a mi cama. Cada mañana, al despertar, veía aquel cuadro. Era como un recordatorio diario de algo que era importante y altamente celebrado, aunque, obviamente, yo a mis seis añitos no entendía aquel concepto. Los años fueron pasando y el peso de aquella palabra era inmenso. Cada vez que alguien hablaba de liderazgo mis antenas parabólicas se encendían: ¡me estaban llamando a mi, a la que se ganó el premio de liderazgo a los seis años! Fue así como terminé comprometiéndome con todas posiciones posibles en la escuela: presidenta de la clase, presidenta del consejo de estudiantes, capitana de los monitores, escolares, etc. Mi cabecita infantil estaba convencida que ser líder era sinónimo de ser amada y reconocida, especialmente por mis padres.

Con el tiempo, esa necesidad de reconocimiento a través del liderazgo se convirtió en mi decisión de carrera universitaria y estudié ciencias políticas…. sí, ciencias políticas. Más tarde buscaba incansablemente ser líder en todos mis puestos laborales, llegando a escalar rápidamente en el mundo profesional. En mi último trabajo en el mundo corporativo lideré un equipo para toda la región latinoamericana, y también fue ahí que empecé a cuestionarlo todo. Empecé a preguntarme si yo quería liderar o si solo quería aquel reconocimiento, si pesaba más ese rimbombante título que me había ganado. Fue en ese momento que me comencé a darme cuenta de todo y a buscar la raíz de mi necesidad de validación.

Te confieso que no ha sido fácil deshacerme de los efectos de aquella etiqueta, pero con el tiempo he podido ir sanando y reconociendo que mi valor no está en ser o no líder, sino en ser YO MISMA, quien sea quien decida que quiero ser, cuando lo quiera ser. Ha sido un trabajo de autodescubrimiento hermoso que me ha permitido ver cómo mis roles han marcado mi vida. Cómo, por ejemplo, la necesidad infantil de cariño, aceptación y reconocimiento se convirtió en una meta adulta que a veces se salió de control y no me permitió tomar decisiones auténticas. Conocerme ahora, entendiendo de dónde vienen mis sombras, me hace amarme más, cuidarme mejor y tenerme mayor autocompasión.

Si tu también quieres entrar en este proceso de sanación y autoconocimiento para entender cómo tus roles -y las etiquetas que éstos te han merecido- han marcado tu vida, te invito a participar de Las diosas que me habitan, un programa de autoconocimiento a través de los arquetipos femeninos. Échale un vistazo a toda la información del programa en este enlace.

Gracias por leerme. Déjame saber si esta anécdota de mi infancia resonó contigo o si te sucedió algo similar. Recuerda también que puedes agendar una llamada conmigo, completamente gratis, en ESTE ENLACE.

Leave a Reply